Primera parte: Horacio, un hombre normal

Durante años creí que era un aburrido hombre normal, un padre de una familia numerosa y un esposo que regresaba a casa después de finalizar la jornada laboral. Agregaría a la lista que también era el remisero de mis hijos menores, acababan de ingresar al primer año de la secundaria y sus nuevos amigos los invitaban a sus casas todas las tardes, la ciudad estaba más insegura que nunca antes y no deseábamos que vuelvan solos en colectivo. No era nada especial, era simplemente Horacio, masculino de cincuenta años, conductor de un camión de reparto de alimentos heredado, amante de los perros y padre responsable.

Mis sueños de juventud fueron destruidos por el alcohólico desgraciado que atropello a mi padre en ese maldito enero, en aquel momento tenía diecisiete años, trabajaba en la tienda de Don José y estaba inscripto en la universidad desde el pasado noviembre. Mis hermanas mayores eran independientes económicamente y estaban casadas, pero mi madre y mis dos hermanos menores necesitaban mi ayuda, los ingresos de ella no eran suficientes .No podíamos darnos el lujo de vender el camión y perder los clientes de toda la vida, mi cumpleaños dieciocho seria el mes siguiente y ya podría reemplazar a mi padre. Don José fue comprensivo y su hija Fabiana (mi actual esposa y novia de toda la vida) se entristeció porque íbamos a pasar menos tiempos juntos.

Los años pasaron, me case con Fabi cuando termino sus estudios y obtuvo su puesto de enfermera en un hospital local. No éramos millonarios pero soñábamos con una familia propia y la suerte nos acompañó porque fuimos padres primerizos de un par de gemelas maravillosas. Para el destino no fue suficiente suerte y volvimos a tener gemelos un tiempo después, así que resultamos ser una gran familia de seis miembros.

Como verán en los detalles de mi pasado hay pocas cosas interesantes en mi existencia adulta, no soy la clase de hombre que resalta en la multitud de las calles y paso casi todo mi tiempo diurno usando ropa de trabajo pampero y trasladando comida. Era una buena vida, no me faltaba nada material ni familiar porque el hogar que creamos con la siempre hermosa Fabi es, era y será mi mejor tesoro, pero siempre sentía ese pequeño vacío…

Según mamá y mis hermanas mayores fui un niño muy imaginativo, creaba mis propios cuentos y los ilustraba. De adolescente fui un gran lector y de mi adultez no puedo decir mucho, quise estudiar Letras pero las circunstancias me arrebataron la oportunidad y el tiempo no me sobraba. Fui perdiendo gradualmente el pasatiempo que verdaderamente amaba y la rutina se convirtió en mi eterna amiga.

En mi segundo empleo de chofer personal de mis queridos gemelos recorría la ciudad nocturna casi todos los días. No había nada sorprendente, estaciones de servicio, bares, grandes sombras de la naturaleza que durante el día llamamos árboles, veredas y calles rotas que la municipalidad nunca arregla y malos conductores al volante.

Pero eso iba a cambiar.


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