Primera parte: El castillo del rey Damien

Viernes por la tarde. Nada nuevo ocurría en la vida de Guillermina, la semana escolar acababa y volvía a casa. Era seguro que al llegar almorzaría y que después de eso leería en su cama o miraría series. No tenía amigos y los adolescentes del pueblo la apodaban “la rarita”. Ella creía que su mejores amigos eran su perro Boris y su gata Béla. Se llamaban como los actores de dos de sus películas favoritas porque el cine era uno de sus amores. Ver films significaba concentrarse en esas imágenes y olvidar su aburrida realidad, imaginar que vivía otra vida por algunas horas.

Esa tarde fue diferente. Poco antes del horario de la merienda fue a pasear a Boris. No tomaron el camino habitual y se adentraron en una zona que no conocían muy bien. En el pueblo la llamaban “la zona originaria” porque estaban las casonas de campo antiguas, las primeras viviendas del lugar. Según la leyenda una de ellas estaba maldita, decían que el dueño se encerró para siempre en  aquella casa y nunca más volvieron a verlo salir. De pequeña le daba miedo la historia, pero a los dieciséis años la consideraba una estupidez. El día era precioso y no había razones para regresar temprano a su aburrida habitación. Boris y Guillermina se dirigieron a la casa embrujada.

Una primera vista bastaba para notar que en los buenos tiempos había sido la casa más hermosa del mundo. Tenía un jardín enorme, dos balcones grandes en el primer piso, ventanales con vidrios vitrales y puertas de madera muy artísticas, de buena calidad. Era el castillo perfecto para cualquier rey, daba lástima que el olvido la consumiera y que la mayoría de los pobladores la crean embrujada. Una belleza eterna como esa conserva su elegancia y su honor por siempre, era una tontería asociarla a creencias absurdas. No poder entrar era realmente triste, estaba amurallada y la pesada reja tenia candado. Deseaba conocer su interior, algún día se animaría a trepar la reja. Boris le ladraba al balcón vacío, “este perro está más loco que yo” dijo la chica.

Solían acercarse varios  jóvenes, la mayoría iba para pintar sus paredes con aerosol o hacer otros daños, pero esta joven contemplaba el lugar con amor y delicadeza. El supuesto propietario fallecido miraba a la adolescente desde su balcón. Ella no lo notaba porque Damien era invisible. Se sintió reflejado en la mirada triste de la chica, parecía solitaria y retraída como él  a su edad. Cuando volvieran los dejaría pasar, si, Boris estaría invitado también.

 

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