Cuarta parte: Una criatura abre las jaulas del temor
Nuestro personaje, curioso e interesado por todo tipo de misterios inicio el desafío preguntándoles a las pequeñas criaturas la razón de su aislamiento. Vivian en los sauces llorones más alejados del territorio y rara vez salían de la cómoda burbuja que habían creado.
Recibió todo tipo de respuestas. Algunos habitantes le
dijeron que lo habían decidido hace milenios porque eran superiores a los
animales debido a que nacieron con el don de la razón; otros se refirieron a la
inseguridad del mundo exterior, lleno de salvajadas y peligros ; también le
dijeron que temían perderse en un espacio tan abierto y no encontrar su hogar
nunca más. La respuesta que le sorprendió fue la que le dieron las criaturas más
jóvenes: “Vivimos en esta pequeña comunidad escondida porque afuera hay animales
que se emparentan con las bestias
asesinadas por nuestros antepasados y si salimos van a querer vengarse,
eso es lo que nos enseñan nuestros padres desde pequeños”.
Con más dudas que seguridades la criatura trato de entenderlos.
Fue muy difícil porque cada uno de los testimonios estaba cargadísimo de miedo
y de prejuicios. Esos seres estaban tan ciegos que no podían pensar con libertad,
la cárcel del miedo era su hogar y temían perderlo, esa creencia los guiaba
constantemente hacia la violencia y la intolerancia. Cualquier criatura de la
comunidad que expresaba un pensamiento diferente era automáticamente perseguida
y considerada traidora, recibía tantos
golpes que no opinaba nunca más.
La criatura no tenía grandes argumentos para decirles a los
habitantes del árbol que estaban equivocados, pero le sobraba experiencia. Le
contó todas las hermosas vivencias que tuvo compartiendo territorio con los animales,
les comento que les estaba eternamente agradecida porque la recibieron cuando
la soledad y la tristeza la nublaban. Confeso sentirse ofendida ante sus
palabras porque su familia animal era el mayor de sus tesoros y le daba color a
su vida, la abrazaban cuando la invadía el miedo y lo alentaban a equivocarse
porque “es la mejor manera de aprender y superarse a uno mismo”. Con una altísima
dosis de valentía, arriesgándose a morir linchada por ese grupo de intolerantes
mentales la criatura dijo con toda su integridad:
“Ustedes critican a los animales y no los conocen porque hace años que no salen de
sus jaulas. Las injusticias que replican diariamente en su comunidad son las
verdaderas salvajadas, los animales no se comportan jamás de esa forma. Ellos
me rescataron de la oscuridad sabiendo con claridad que era diferente a su
especie y me dieron el mismo cariño que le dan a su descendencia, son fieles a
los seres que aman y muy respetuosos. Si realmente los conocieran me darían la razón.
Sus costumbres son mucho más sanas que las suyas, como compartir y conocer a los demás antes de juzgarlos, me
enseñaron todo lo que sé y me guiaron hacia la libertad. La lechuza Sofia me dijo
que para volar no necesitaba alas, sino abrir mi mente y permitirle conocer
cada rincón del cielo. Ella me enseñó a leer, a escribir y a sorprenderme de
las pequeñeces cotidianas porque al juntarlas puedo armar el complejo rompecabezas de la vida. En lugar de considerarlos
seres horribles deberían aprender de ellos y aplicar su sabiduría”.
Observo algo increíble cuando termino de pronunciar su discurso:
la habían escuchado con atención y reinaba la tranquilidad. Sus palabras las
hicieron pensar porque un pequeño grupo se ofreció para salir de la burbuja y
conocer a los animales para comprobar si esos comportamientos eran ciertos.
Por primera la criatura supo que hizo algo bueno por alguien:
la puerta blindada de sus mentes se había abierto un poquito.
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